jueves, 26 de junio de 2008

¿PASADO O FUTURO?


Este es el desafío que el siglo XXI le presenta al país. Revivir, una y otra vez, los enfrentamientos, las divisiones y polarizaciones del pasado, o disponernos a construir un futuro. Esa es la gran elección que como país debemos afrontar.
Liberarnos de las ataduras mentales y avanzar. Las viejas diferencias nos limitan en nuestro presente y condicionan el futuro.
Uruguay será viable si tomamos la decisión de unirnos, si superamos la manía de etiquetar y enfrentar personas y en su lugar procuraremos vencer a los únicos enemigos del país: los problemas de la gente.
Los problemas son reales y concretos, tienen nombres y rostros. Son aquellos de los 864.000 compatriotas que viven debajo de la línea de pobreza, de los 67.000 que están debajo de la línea de indigencia. Los 40.000 jóvenes menores de 17 años que viven debajo de esa línea y de los 422.600 que viven debajo de la línea de pobreza. Los de aquellos hijos y hermanos que abandonan el país, el de las familias desintegradas por esa emigración, es el capital humano y social que el país pierde por la “fuga” de sus profesionales, el de los jubilados que merecen disfrutar luego de una vida de esfuerzo; el Uruguay desintegrado, la calidad de la educación, la dignidad de la gente, la inclusión con justicia social.
La fórmula de solución no es mágica ni tampoco utópica. Es concreta, entregar lo mejor de nosotros. Los uruguayos poniéndonos de acuerdo, ejerciendo nuestros derechos y deberes como ciudadanos, siendo capaces de negociar con tolerancia y compromiso cívico.
Un mejor destino requiere anteponer los intereses comunes por sobre los enfrentamientos. Supone que la solidaridad venza a la mezquindad. Esta es la demanda ética que nos presenta el futuro, considerando la dimensión humana en la construcción del modelo de país.
Debemos hacernos cargo de una responsabilidad común, la determinación de nuestro destino. Asumamos la enorme tarea de reconciliar a la sociedad uruguaya, construyendo un país integrado, que sea incluyente e inclusivo, sobre la base del respeto y reconocimiento del otro, con el diálogo como herramienta para la administración de las diferencias con políticas nacionales.
Debemos reconstruir la Comunidad Espiritual de la que nos enseñó Wilson, de modo que haya una única gran categoría que venza la colección de pequeñas mezquindades que pretenden dividirnos, y reunirnos en torno a la noción que nos define y da sentido de continuidad, la de uruguayos.
No se necesita que nadie renuncie a lo que piensa, se trata de entender que hay otros que también piensan y que tienen derecho a discrepar, a pensar distinto; y también, que por encima de esas discrepancias debe existir un sentido de colaboración que una.
Tenemos la convicción y la voluntad de iniciar el tránsito por el camino que nos lleve juntos a un futuro más próspero, más justo, digno y feliz.
Nos toca la responsabilidad de conducir una colectividad política que se presenta como la gran alternativa para el país. Colectividad donde predomina por sobre las diferencias, la unidad. Somos conscientes de que sólo quien exhibe unidad puede convocar hacia ella, sólo quien la entiende y promueve puede generar los contextos apropiados para generar un gran proyecto nacional.
Queremos estar todos convocados para pensar y hacer ese Uruguay del futuro. El País con el que todos soñamos, donde el entusiasmo gane a la resignación, al conformismo y al “no se puede”. Donde se recurra a los mejores, se busque la excelencia para la gestión de los asuntos públicos, donde se estimule el esfuerzo, que genere oportunidades para el desarrollo personal y colectivo y que haya igualdad en el acceso a las mismas. Donde cada individuo pueda autodeterminarse, construirse su destino en base a su esfuerzo y capacidad.
Imaginamos un país donde la Oposición pueda controlar, participar en la gestión de las empresas públicas, con el Parlamento como el centro del debate productivo y democrático y donde el Gobierno solo vea uruguayos, sin rotularlos, y gobierne para todos.
Nuestros hijos no merecen heredar enfrentamientos de otro tiempo.
No podemos seguir alentando falsas oposiciones, expresiones dicotómicas, ya no es izquierda o derecha; ahora es seguir paralizados, o avanzar.
Somos parte de la generación que quiere asumir el liderazgo del proceso de reunión de los orientales, que quiere dejar de revivir el pasado para crear un presente y futuro.
Estamos comprometidos con este desafío; tenemos la disposición cívica y sobre todo, confianza en los uruguayos, que somos capaces de reconocer la trascendencia y necesidad de iniciar este esfuerzo, y fe en el éxito de tan fecundo propósito, sustituir la crispación por la esperanza.
No queremos reeditar fórmulas del pasado, válidas quizás a ese tiempo.
Entendemos que la empresa de los uruguayos, a partir de que en el futuro ningún partido tenga mayorías parlamentarias, debe pasar por una coalición nacional donde se convoque a todos.
No tenemos derecho a perder las oportunidades en retóricas huecas y dicotómicas.
El futuro de nuestros hijos espera.

Dr. Jorge Larrañaga

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