domingo, 16 de marzo de 2008

WILSON


Por Juan Martín Posadas

A estas alturas del mes de marzo están teniendo lugar sendos homenajes a la memoria de Wilson Ferreira Aldunate. Homenajes merecidos, muy bien ganados por cierto, a un ciudadano ejemplar y a un dirigente político cuya memoria no se ha extinguido ni dentro del Partido Nacional ni fuera de él. Por algo será.

Hablando en términos generales se puede decir que existen diversos tipos de homenajes. Están aquellos que se organizan para dar cobijo a algún homenajeante que necesita crecer a la sombra del homenajeado y están los homenajes de admiración (y de nostalgia contumaz) de quienes no terminamos de conformarnos con haberlo perdido y queremos mantener su recuerdo mediante la emulación de sus virtudes.

La memoria de la vida y de la actividad de Wilson Ferreira se puede dividir en tres etapas muy nítidas. No es que él lo haya querido así: las circunstancias de la vida se lo impusieron y él supo responder, sin desprenderse de su estilo personal, a los diferentes desafíos.

Hay un primer Wilson, de actividad política brillante, que transcurre en aquel Uruguay relativamente tranquilo, previo al período oscuro, a la violencia y al paréntesis institucional. Allí se ubica el Wilson parlamentario, protagonista de fulminantes interpelaciones. Son ellas lo que algunos recuerdan como su período de mayor brillo.

Sin desmerecer lo que fue el Wilson orador y tribuno desde su banca en el Parlamento, estimo que quien merece con mayor justicia el recuerdo de aquella época es el Wilson de la CIDE y del Ministerio de Ganadería. Fue el Wilson de la visión moderna y global del Uruguay, impulsando y fabricando instrumentos de análisis y prospectiva que sacudieran a aquel país empantanado y rutinario, tan vanidoso para reconocer sus carencias como abúlico para emprender enmiendas. El Wilson anterior a la dictadura que mayor reconocimiento merece es, a mi juicio, éste.

Después tenemos un segundo período que es el Wilson del exilio. ¡Castigo tremendo el del destierro! Pero mucho más lacerante para un hombre de afectos como era Wilson; quedar lejos de sus hijos y nietos, de sus amigos, de sus libros y sus objetos, de su paisaje familiar, de su Cerro Negro, de su idioma en el que tanto se regodeaba y tan magistralmente blandía.

Es en este período que se planta y se yergue el Wilson defensor apasionado de las libertades, acusador de los atropellos, enemigo incansable de la dictadura y apóstol itinerante de los derechos humanos.

Con él y a través de él el viejo Partido Nacional volvió a mostrarse el defensor de la legalidad y del derecho y el campeón de siempre de la libertad, de todas las libertades, frente al despotismo, a todos los despotismos.

Y luego está el Wilson del regreso. Ese período de su vida, el más breve, se define el mismo día en que se inaugura: el día en que lo sueltan del cuartel de Trinidad. Cumplido el innombrable cometido por el cual había sido mantenido fuera de circulación, lo tenemos en la explanada municipal, realizando el mayor acto de desprendimiento político que registra la historia reciente del Uruguay.

El discurso de la explanada marcó su postura para ese tiempo difícil, desde ese su primer día de regreso hasta el día de su muerte.

Los verdaderos homenajes no se tributan en los discursos sino en las conductas; el mejor homenaje, el más digno, es haber hecho de la admiración aprendizaje. La fidelidad a su memoria consiste en imponerse la tarea de emular su ejemplo. ¡Viva Wilson!



Columna publicada en Diario "EL PAIS", domingo 16 de marzo de 2008

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