miércoles, 19 de marzo de 2008

DEMOCRACIA PROGRESISTA


A un año y monedas para las elecciones internas de los partidos políticos que decidirán las distintas fórmulas presidenciales a presentar en las nacionales de octubre, el panorama que éstos ofrecen es bastante disímil: mientras que blancos y colorados parecen haber definido ya el tema (por el Partido Nacional irán Jorge Larrañaga, Luis Alberto Lacalle y Carmelo Vidalín, mientras que por el Partido Colorado lo harán Tabaré Viera, Pedro Bordaberry y Amorín Batlle, faltando definirse el Foro Batllista), en el Frente Amplio la cuestión parece más complicada.

La lista de nombres en danza en éste es infinita, pero con la misma celeridad con que un día se maneja una posible fórmula, se la desecha al siguiente.

¿Por qué algo que los partidos tradicionales parecen haber resuelto de modo tan sencillo, para el Frente Amplio se vuelve un tema tortuoso y en apariencia irresoluble?

La respuesta quizás radique en la naturaleza misma de la izquierda, en su concepción tan particular de la democracia y la participación.

Como ocurre en los pocos países del mundo todavía regidos por el socialismo, donde impera el sistema de partido único y la “participación” popular se reduce a decirle amén a las directivas impartidas desde arriba, el Frente Amplio aparece como una estructura rígidamente verticalizada, donde están proscriptos el debate y el libre intercambio de ideas, donde la palabra y/o acciones de los dirigentes son incuestionables y cualquier crítica es anatemizada (quien critica, “se pasó a la derecha”).

Basta ver el panorama que exhibe hoy esta coalición para comprobarlo: los comités de base cerrados, la nula actividad de los plenarios, o el bochorno ocurrido en el último Congreso, donde se le prohibió a algunos sectores hacer uso de la palabra porque se sabía que iban a contramano de la “línea oficial”.

Lo que ocurre en la actualidad con la discusión sobre la futura fórmula presidencial es sin duda la frutilla de la torta: todo se discute a nivel de cúpulas, entre cuatro paredes, en un halo de misterio, mientras que la masa de afiliados se dedica a relojear desde afuera, sin ser consultada, sin posibilidad de discutir u opinar, limitándose a esperar que los dirigentes se pongan de acuerdo con la “fórmula única”, para después refrendarla con su voto.

Panorama y realidades muy distintas a las que ofrecen blancos y colorados, donde cualquiera con aspiraciones a candidato no tiene más que presentarse y someterse al veredicto de la ciudadanía (de ahí la pluralidad de candidatos que presentan hoy los partidos tradicionales).

Derrotadas las pretensiones reeleccionistas de los máximos dirigentes del progresismo, éstos continúan apelando (en una “táctica”, si se la puede llamar así, que linda ya con el ridículo) a la figura y el carisma del presidente Vázquez para tratar de conservar su caudal electoral.

En fin...

Mientras las internas blanca y colorada se vuelven cada día más apasionantes, y el votante de ambas colectividades puede darse el lujo de elegir entre una variada gama de opciones, la interna del Frente Amplio transcurre “para adentro”, entre conciliábulos y reuniones de cúpula, mientras el votante debe esperar a que “allá arriba” se pongan de acuerdo para después bajarle “la lista” (la única, la “oficial”).

Dos visiones de país, dos modos distintos de entender la democracia.

Columna publicada en Diario "EL HERALDO", martes 18 de marzo de 2008

No hay comentarios: