domingo, 11 de mayo de 2008

El túnel del tiempo


América Latina es una sucesión de procesos inconclusos de integración, tanto en el ámbito económico y comercial como en la infraestructura y en lo social. La asimetría y la inconsistencia son dos datos de la realidad. La primera, refleja la diferencia entre los Estados por su tamaño territorial y sus atributos en recursos humanos y materiales. La segunda es una conducta política y comercial distinta a la esperada. Es decir, un incumplimiento de las obligaciones legales de un Estado que tiene como consecuencia una profundización de la asimetría.

La globalización nos plantea el problema de la inserción competitiva de los Estados y el desafío de aumentar la productividad para absorber la brecha existente entre los países desarrollados y los países en vías de desarrollo. Ya no es discutible que una apertura comercial sensata, un tipo de cambio real y estable, y un equilibrio macro económico son las condiciones para enfrentar la modernización de un país. Sin embargo, más allá de crear nuevos sectores, es necesario aumentar la productividad total de todo el sistema y adoptar y adaptar tecnología, acelerando el proceso de difusión.

Hace ya un tiempo, la Cepal ha definido en 2,5 a 1 la brecha de la productividad entre los países desarrollados y América Latina. Y ha sostenido que ella se debe al subaprovechamiento de las mejores tecnologías y en particular, a métodos deficientes de organización, control de calidad y mercado.

Los estudios realizados muestran que en materia de refinación de petróleo y sus derivados, la productividad es similar, pero que comienza a diferenciarse cuando se trata de metales no ferrosos (64%) y de caucho y siderurgia (50%). Y que por otra parte, en los restantes 24 sectores que representan el 75% del valor agregado, la productividad de América Latina es el 35% de los países desarrollados. ¿Quién puede ignorar que esta realidad se relaciona con el sistema educativo, con la política de transferencia de tecnología y el rol de la inversión privada? ¿Quién puede discutir que los Estados latinoamericanos ya no tienen a los monopolios públicos como instrumentos idóneos para la defensa de la soberanía? ¿Quién puede fundamentar que la brecha social de América Latina, la más profunda en el planeta, se puede reducir definiendo modelos de confrontación, representativos de la vieja "Guerra Fría" que se sabe cómo terminó? ¿Qué estrategia puede tener como respaldo una carrera armamentista basada en la fragmentación, la intervención en los asuntos de otros Estados y en el potencial conflicto militar?

De la mano de asimetrías e inconsistencias, los países más grandes de la región aspiran a un liderazgo ajeno al destino y la realidad de los más pequeños. Paternalismo, dependencia y asistencialismo casi humillantes son las columnas rectoras que piden alineamientos en confrontaciones que no son de todos los países, y que si son de algunos, muy lejos están de favorecer a los demás. El recorte antojadizo de la geografía se usa para revivir viejos esquemas de confrontación ideológica que ni siquiera pueden ser bien explicados. El ejemplo energético es claro: mientras se habla de gasoductos faraónicos, de grandes inversiones, de asistencia puntual para crisis energéticas de coyuntura, ninguna de las grandes represas del Cono Sur, por ejemplo, están autorizadas a vender energía a terceros países. Y eso ¿por qué? Porque la asimetría juega a favor del grande y porque el incumplimiento es la primera respuesta de los que saben que los países más pequeños no están en condiciones de imponer sus criterios de equidad y de justicia.

Un país que decida aplicar una política seria, no tiene otra forma que resistirse al alineamiento facilista y a la resignación. Para ello se requiere profesionalidad, firmeza en los principios a defender y capacidad de propuesta permanente; y en particular, una interpretación adecuada de la realidad única e intransferible que le toca vivir. Los países van a quedar divididos entre los que tienen ideas y los que compran ideas. Es más, entre los que piensan y los que imponen; y los que imponen, a veces, no piensan bien. Y lo que es peor, los que pueden pensar bien no se tienen fe para poder convencer.

La región debe reflexionar sobre esto. Fundamentalmente el Uruguay que todavía no ha asumido su nuevo rol de país bisagra, en sustitución de la histórica posición de oscilación pendular entre los países grandes. Mientras no se plantee un nuevo modelo de inserción que sustituya al alineamiento o a la resignación, los aspirantes al liderazgo continental seguirán imponiendo sus proyectos comunes desde la asimetría y la inconsistencia.

El túnel del tiempo está entre nosotros. Y para no volver a él, lo primero que hay que hacer es reconocer la realidad. Y ésta ya sepultó en el pasado los viejos modelos de la afinidad o del enfrentamiento ideológico.

Fuente: Diario EL PAIS, domingo 11 de mayo de 2008

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