martes, 15 de julio de 2008

SOBRE LAS REVOLUCIONES


Ayer 14 de julio se cumplieron 219 años de la toma de la Bastilla por el pueblo de París. La caída de la prisión – fortaleza simbolizó el fin del absolutismo y el Antiguo Régimen. Tan importante llegó a ser el acontecimiento, que el 14 de julio se convirtió en la fecha nacional de Francia, y 1789 el mojón que marca el final de la edad Moderna y el inicio de la Contemporánea.
Por lo general, la imagen que uno tiene de la Gran Revolución es la de las masas urbanas y campesinas movilizadas, los grandes tribunos populares (Danton, Robespierre, Marat), los legendarios sans culottes (“sin calzas”); una imagen hecha a gusto y paladar de aquellos historiadores inclinados a ensalzar el protagonismo del pueblo en las grandes gestas heroicas.
Sin embargo, en los hechos, la revolución francesa tuvo inicio en 1787, y el primer golpe contra el absolutismo no provino del pueblo sino de la nobleza (aquella que, apelando a términos actuales, catalogaríamos como perteneciente a los sectores conservadores).
La historia es conocida: el gobierno francés, en bancarrota financiera, decidió para equilibrar sus cuentas gravar con impuestos a la nobleza (eximida de tributar por su condición de clase privilegiada). Contra todo pronóstico (nadie hasta entonces había osado contradecir una decisión real) la Asamblea de Notables (reunida el 22 de febrero de 1787) rechazó la propuesta, provocando la caída del Inspector General de Finanzas, Calonne (especie de Danilo Astori de la época). Doblando la apuesta, la nobleza proclamó que “sólo los auténticos representantes de la Nación” tenían la facultad de aprobar nuevos impuestos, lo que equivalía a pedir la reunión de los Estados Generales (reunión de todos los órdenes de la sociedad).
El Rey respondió disolviendo la Asamblea de Notables y recurriendo al Parlamento de París para que aprobara su reforma fiscal, pero sufriendo una nueva negativa. Ante esto el Rey claudicó y convocó a los Estados Generales (campaña electoral mediante para la elección de Representantes), los cuales iniciaron sus sesiones el 5 de mayo de 1789. para muchos, es en esta fecha que comienza el proceso revolucionario francés, minimizando lo ocurrido en los dos años anteriores.
Un siglo antes un proceso similar ocurrió en Inglaterra, donde la burguesía (la clase social económicamente más poderosa), abrumada por los impuestos se rebeló (“impuestos sin consentimiento equivale a tiranía”, dijo alguien), poniendo fin al absolutismo real (1688). Casi cien años más tarde, los colonos ingleses de Norteamérica se rebelaron contra la metrópoli, descontentos por el aumento generalizado de impuestos sobre los productos de consumo popular (en especial el té); el corolario del proceso fue la independencia de las colonias y la creación de los Estados Unidos (1776). Como se ve, las grandes revoluciones victoriosas de la historia (al menos en Occidente) se iniciaron siempre “desde arriba”, y por idénticos motivos: la arbitrariedad de los gobiernos (“Es legal porque lo mando yo”, se dice que repondió Luis XVI a las objeciones de los nobles descontentos) y su voracidad fiscal. Ya después de echado a andar el proceso es que intervienen los sectores populares, adquiriendo el protagonismo que muchos gustan destacar.

Alberto Lamaita es profesor de Historia egresado del IPA y dirigente de ALIANZA NACIONAL DE FLORIDA

Columna semanal publicada en Diario EL HERALDO, martes 15 de julio de 2008

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