lunes, 21 de julio de 2008

La soberbia

Por Jorge Larrañaga

La soberbia es identificada como uno de los 7 pecados capitales. Es la idealización de uno mismo y el no reconocimiento del otro, el desprecio por el semejante.
La soberbia asociada a la política la desnaturaliza. El soberbio se vuelve autorreferencial, la verdad nace y muere con él, algo que resulta profundamente antidemocrático.
El gobierno, en numerosas ocasiones exhibe y revela una gran arrogancia y altanería. Sólo la soberbia explica el regodeo que hace de su gestión, desconociendo, -o pero aún, conociendo- los resultados; la desigualdad creció, el 10% más rico es 19 veces más rico que el 10% más pobre, la sangría de jóvenes continúa, el 54% de quienes emigran son menores de treinta años y una de cada 10 madres uruguayas tiene un hijo viviendo en el exterior.
Hay una realidad que golpea la cara y estruja el alma, existe una infancia suplicante. A diario vemos más y más niños agolpados en las puertas de los supermercados y niños cada vez más pequeños pidiendo en las esquinas.
La migración campo ciudad sigue creciendo, generando una nueva geografía de la pobreza, en los asentamientos el 78% de sus habitantes son menores. La deserción estudiantil afecta a los más pobres, el 63% de quienes desertan están en el primer cuartil de ingresos.
Frente a todo ello el gobierno, en particular en materia económica ofrece una suerte de fanatismo docto, no admitiendo sugerencias, propuestas y menos aún correcciones. No tiene propensión al diálogo, no ha habilitado ser controlado, y elude la discusión y el intercambio; el gobierno entiende que negociar o conceder es perder.
Esta lógica sólo puede ser viable en el actual esquema de mayorías absolutas y automáticas, donde no se requiere a los demás Partidos Políticos en el Parlamento.
Acordar parece ser una dificultad histórica de las izquierdas, acaso el último gran acuerdo que efectivizaron fue aquel con Militares y Colorados durante la dictadura militar, el Pacto del Club Naval.
En febrero de 2005, todos los Partidos firmamos un acuerdo sobre distintos temas que debían tener un abordaje de Política de Estado –economía, educación e inserción internacional-, sin embargo, en los hechos, el acuerdo fue ignorado por el oficialismo.
El Uruguay que se viene requerirá una dinámica diferente. La construcción de un presente y un futuro más próspero no puede reposar sobre un Partido exclusivamente sino que debe necesariamente ser el resultado del aporte patriótico de todos los orientales. Pensar que nadie más puede contribuir en la edificación del destino nacional es además de una arrogancia, un error histórico. Quien así maniobra, gana en la división, en la fractura social, atribuyendo toda la razón a unos, y nada a “los otros”.
Parece ser hubiera dos clases de uruguayos, unos con derechos y otros con culpas.
Incluso se nota la soberbia en hacer cosas que antes estaban mal, pero que ahora están bien, cuando lo único que se modificó fueron los actores, es que lo que ellos hacen está bien. Asociaciones con privados, acuerdos comerciales, pagos al Fondo Monetario, son algunos ejemplos.
En esta lógica la Política se subordina a intereses sectoriales y no al interés general, termina siendo tributaria a una ideología o grupo de personas.
Nosotros tenemos una visión diferente de la Política. La entendemos al servicio de la gente, y no viceversa. Aclaro que utilizo el plural no como recurso retórico sino por ajustarse exactamente a nuestro pensamiento. Pertenezco a una generación que entiende a la Política como servicio, y asociada a un criterio ético, tanto personal como social. Entiendo que los enemigos no son otros orientales, sino los problemas de los orientales. Integro un grupo de hombres y mujeres que pretende un país más digno y justo, donde todos tengan lugar, donde no haya que emigrar para progresar y donde prevalezca la visión nacional.
La Política se nutre con la participación de la gente, con el intercambio franco y productivo de todos los ciudadanos. Por ello abrimos el Partido Nacional a la gente, procurando que sea más Nacional que Partido, que abarque a todos los uruguayos, retomando la idea wilsonista que el Partido Nacional es una herramienta, la mejor herramienta al servicio del país.
Un proyecto político asumido con soberbia, comienza por desconocer al otro, a quien piensa diferente y termina desconociendo la realidad, la que pretende ajustar a su verdad, única posible. Ese es el peligro de esta nociva asociación entre Política y soberbia.
Si la soberbia es pecado o no es cuestión de religión, de lo que no hay duda es que constituye un exabrupto moral, políticamente reprochable. Corresponde a todos los ciudadanos resistirnos a la soberbia política, y sancionar a quienes la ejercen y priorizan sentimientos personales por sobre las necesidades del país en su conjunto.
La construcción nacional debe ser asumida democrática y humildemente, por todos.

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