sábado, 6 de septiembre de 2008

REFLEXIONES AL REGRESO


Durante la semana próxima pasada participamos, en nuestra calidad de Presidente del Directorio del Partido Nacional, de la Convención Nacional del Partido Demócrata de Estados Unidos que culminó con la proclamación como candidato a la presidencia de la principal potencia mundial del senador Barack Obama. Un hecho verdaderamente revolucionario para el proceso electoral norteamericano.
Por estos días tendrá lugar la proclamación de su contrincante, el candidato por el Partido Republicano, el veterano de guerra John McCain.

En esa ocasión participamos en la Conferencia de Líderes Políticos que se realizó en forma paralela a la Convención Demócrata, donde intercambiamos opiniones con dirigentes políticos de todo el mundo y muchos de Latinoamérica.

Cuando se aproxima un cambio de gobierno en la principal economía mundial se reabren las expectativas desde nuestra región, a la espera de una mejora en la calidad de las relaciones intra-continentales.

Evidentemente, América Latina no es una sola realidad y mucho menos lo es ahora, por las notorias diferencias ideológicas, estratégico-militares, energéticas, sociales y migratorias, entre otras, que diferencian a todos nuestros países. Es razonable esperar que los EE.UU. sean lo suficientemente perceptivos como para manejar estas diferencias latinoamericanas, y discernir cuáles asuntos son pasibles de políticas hacia la región, y cuáles pueden ser tratadas en forma bilateral o subregional.

La historia de nuestras relaciones bilaterales ha tenido distinta intensidad, de acuerdo a la evolución del continente. América Latina vivió momentos muy difíciles durante la guerra fría, durante la cual los dos bloques trataron de ingresar en nuestros países en nombre de sus ideologías y de los valores que ellas representaban.

Estados Unidos se equivocó muchas veces y, como suele suceder, sus errores fueron motivo de un fortalecimiento de aquellos a los que quería combatir. Y así como en nombre de un socialismo internacional se trató de destruir la democracia por la violencia, algunas respuestas de los Estados Unidos también contribuyeron a destruir la democracia para preservar su sistema. Centroamérica, el Caribe y Sudamérica fueron tierra de experiencias trágicas, tanto a nivel político y militar, como humano.

En todo momento, el Uruguay se mantuvo invariable en su defensa de los principios fundamentales -no intervención en los asuntos internos de otros Estados; autodeterminación de los pueblos, y solución pacífica de las controversias- entendiendo que las intervenciones unilaterales no autorizadas por las Naciones Unidas –sean cuales sean sus autores -no son conformes a ellos. En este sentido, hemos defendido siempre para los demás, los mismos derechos que queremos que también se nos preserven a nosotros. Y es así que en el caso de principios como el de no intervención -cuyo respeto fue necesario reclamar en algún momento de los Estados Unidos- hoy también debemos defenderlo ante comportamientos de otros líderes regionales que lo vulneran.

Todos podemos extraer lecciones del pasado, y una de ellas es que este tipo de políticas no contribuyen a dotar a nadie –y mucho menos a la mayor potencia del mundo- de la autoridad moral necesaria para ejercer un liderazgo responsable y persuasivo, donde inculcar de forma duradera el respeto por los valores de la democracia y los derechos humanos.

La región está viviendo un momento muy especial, que ya no se refiere a un conflicto bipolar y ni siquiera es verdaderamente ideológico, aunque algunos prefieran disfrazarlo así, en un maniqueo intento de utilizar conflictos del pasado para azuzar enfrentamientos en el presente.

Pero además, somos el continente más desigual del mundo –no el más pobre, pero sí el más desigual- lo cual hace un llamado aún más intenso a nuestra responsabilidad. Ya que esta desigualdad alimenta un discurso nacionalista, populista y en algunos países incluso alentador de conflictos étnicos, que amenaza fragmentar nuestra región y las comunidades que lo integran.
Las dos terceras partes de América Latina viven con menos de dos dólares diarios. Esto conlleva riesgos y es la madre de todos los problemas. Porque la libertad política tiene una contracara, que es la libertad de creer, de tener confianza en un mañana de dignidad humana, y si una falla, repercute necesariamente sobre la otra.

No habrá democracia perdurable en nuestra región, sin desarrollo y sin erradicación de la pobreza.

No es a paternalismos, ni a dávidas, a las que se debe recurrir cuando pensamos en los Estados Unidos, mucho menos a viejas conductas intervencionistas. Sí, en cambio, a crear las condiciones para que nuestra producción, nuestras empresas, nuestros estudiantes, nuestros jóvenes, encuentren una sociedad que sea capaz de satisfacer sus mínimas necesidades.

Como en lo político, también en materia económico-comercial el Uruguay tiene una larga tradición de defensa del multilateralismo y hoy, quizás más que nunca, seguimos convencidos de la necesidad de su fortalecimiento. Ya que el multilateralismo es el resguardo de la prosperidad general, al propiciar el libre comercio sin restricciones y proteccionismos que siempre afectan a los más débiles.

La gran diferencia entre el presente y el pasado, es que hoy el mundo muestra una multipolaridad comercial y una apertura de mercados que profundiza la globalización. Sin embargo, la Ronda Doha ha fracasado. La Ronda Doha tiene que finalizar, porque es un mensaje de seguridad jurídica en el mundo del comercio y de las inversiones. Y debe finalizar correctamente, es decir, con acuerdos y disciplinas que no impliquen –en los hechos- una erosión del concepto de multilateralismo.

La situación regional también es preocupante en este plano económico-comercial, ya que a partir del fracaso del ALCA, Estados Unidos ha avanzado en la negociación de zonas de libre comercio con varios Estados de la región.

En este complejo contexto global, nuestra visión de país propicia decididamente la libertad económica, contracara necesaria de la libertad política antes señalada. Y espera que un nuevo Gobierno de los Estados Unidos –frente a las dificultades existentes en lo multilateral y en el plano regional- esté dispuesto a explorar la profundización alternativa de las vías subregionales o bilaterales, para cumplir con el propósito del libre comercio entre nuestros países.

Esto implica mantener las puertas abiertas para llevar adelante una negociación bilateral, consensuada y respetuosa de las diferencias evidentes de tamaño relativo entre las partes, con el objetivo de lograr un acuerdo de libre comercio que sea beneficioso para ambos, sin modelos ni paradigmas pre-establecidos, más que el mutuo deseo de prosperidad y desarrollo.

El Uruguay es un país abierto, vulnerable y asimétrico. Pero tiene valores que hacen a su patrimonio ético. Debemos tomar conciencia del nuevo mapa mundial y de la importancia que las economías emergentes en la dinámica de las inversiones y de las nuevas corrientes de comercio.

El nuevo Presidente de los Estados Unidos probablemente pueda cambiar pocas cosas. Pero será respetado si apuesta a la paz y al diálogo; si defiende con firmeza sus convicciones, sin imponerlas; si comprende que el sistema capitalista no puede ser un bastión para la riqueza de unos pocos y al mismo tiempo, un punto inalcanzable para los miles de millones de habitantes del mundo que no saben de otra cosa que de hambre y desesperanza.

Hay desafíos que el mundo no puede asumir con éxito sin una participación activa y comprometida de Estados Unidos. Hay una brecha social, productiva y tecnológica que tenemos que franquear y absorber antes que la globalización sea el signo de una lógica de exclusión social y, por tanto, la vía más rápida para masivas corrientes migratorias, que no podrán ser detenidas ni por mil muros que se levanten.

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